Dirección

NOTAS DEL DIRECTOR
Por Llorenç Castañer


Cuando en marzo de 2002 saltó a la luz pública el escándalo de las incineradoras en un pueblo cerca de Málaga, tanto Antonio Cardiel, el co-guionista, como yo empezamos a pensar que una historia así, tan de novela picaresca, debidamente desarrollada, podría convertirse en un excelente guión. Tratar el asunto como una comedia negra se impuso desde el principio. Los hechos, simplificados, eran los siguientes: En un rutinario control de tráfico la policía detuvo a un hombre que llevaba en el maletero bolsas con restos humanos de los que, presionado por su familia, se iba a deshacer tras tenerlos guardados durante largo tiempo en su casa. Inmediatamente se descubrió que el tipo, un ex empleado de las cremaciones en el Tanatorio Municipal, había estado implicado en un fraude, a raíz del cual habría practicado repetidamente inhumaciones clandestinas.
Esto era solamente el punto de partida. Era obvio que a la hora de abordar el guión no podíamos tratar en serio un asunto así. No hemos sido muy fieles a los hechos reales, sirviéndonos de ellos como telón de fondo para nuestra historia. Hemos tomado sólo sus aspectos más llamativos evitando caer en la tesis o denuncia. Lo último que yo quisiera es resultar latoso. Así pueshemos intentado sacarle punta al sarcasmo apoyándonos en los personajes y con diálogos cargados de ironía.

Se nos ocurrió una trama paralela: un vecino de dicho empleado descubre su secreto pero casi inmediatamente se verá obligado a guardar silencio al encontrarse él mismo a su vez con un cadáver entre manos, muerto en circunstancias poco claras, y de cuya autoría él no es responsable, aunque lo parezca. Nuestro hombre, tras pensarlo mucho, enterrará a su muerto en el lugar donde el empleado del Tanatorio hace lo propio con los suyos. Sin embargo el muerto, por diferentes razones (grotescas y kafkianas) se niega a desaparecer, como un tapón de corcho en una piscina, saliendo una y otra vez a flote.

En algunas películas de Buñuel o Berlanga, a causa de los azares más peregrinos, los personajes son incapaces de desarrollar una acción concreta: un grupo de amigos no puede salir de una habitación, o sentarse alrededor de una mesa para cenar; un empleado no puede pagar la última letra del motocarro la noche de Navidad, o un grupo de soldados destacados en primera línea no puede robar al enemigo una vaquilla para comérsela. Esa misma imposibilidad suele envolver la historia en un ligero clima asfixiante e irreal. Del mismo modo en CENIZAS Rafa, nuestro protagonista, sin comerlo ni beberlo, no puede deshacerse del cuerpo de Mario, su socio.

El suspense es también un elemento importante a tener en cuenta. Rafa, nuestro protagonista, cuando se encuentra con su socio muerto entre los brazos, se ve convertido de golpe en un hitcocockiano falso culpable. A partir de ahí tenemos la oportunidad de verlo, emocionalmente hablando, desde un punto de vista cenital, desde arriba, perdido en su laberinto. Al principio de la historia aparece como un hombre de mundo, culto, inteligente y seguro de sí mismo pero a partir de ese momento se irá volviendo paulatinamente en un manojo de nervios, en un guiñapo. Lentamente va desarrollando un extraño -y sin embargo lógico- sentimiento de culpa. Los espectadores querríamos socorrerle, avisarle de los peligros que le acechan. Sabemos todo acerca de los hechos que se desarrollan a su alrededor, menos el final, preguntándonos cómo se las apañará para salir del marrón en que se ha metido.

Creo que el ritmo que tiene el guión es el de, usando una expresión coloquial, “sin prisa pero sin pausa”, acelerando sus cadencias según va avanzando la película. Hay algunos planos de transición, de apenas unos instantes, que resaltan dicho ritmo: Un primer plano, al principio, de una caja de latón llena de cenizas junto a la chimenea en casa de Jesús, el empleado del Tanatorio, cuando éste está haciendo fuego en el salón. Una vez ha estallado el escándalo, mediada la historia, veríamos el mismo plano, pero con la caja vacía. Otro sería en el jardín trasero también en casa de Jesús; un plano, también fijo y bastante cercano, de un montón de leña. Al final, y cuando ya no hubiera motivos para encender la chimenea, veríamos el mismo plano pero con menos leña. Son brevísimos instantes en que paramos el relato, como si quisiéramos recuperar el aliento para retomar el ritmo con mayor frenesí.

Otra imagen, también de transición, que yo visualizo en algún momento de la historia, es la de Rafa o Jesús, en sus respectivas casas pero vistos desde fuera, de noche, sumidos cada uno en sus propios problemas. Los veo como a esos personajes solitarios de los cuadros de Edward Hopper, encerrados en una habitación y sumidos en sus pensamientos. A ésta atmosfera ligeramente irreal debería contribuir una discreta presencia de música ambiente y que, en momentos muy concretos, se limitara a acompañar los sonidos naturales, cediéndoles a éstos el protagonismo de las secuencias.

En lo que se refiere al tono de la narración, como decía más arriba, el humor negro nos parecía de lo más natural. Yo sentía desde el primer momento que un aire de ironía debía atravesar toda la historia hasta el final y que debíamos huir de cualquier imagen escabrosa o tenebrismo. A menudo ocurre en la filmografía de los hermanos Coen que la estupidez de muchos personajes se esconde tras una máscara de seriedad. Creo que CENIZAS debe ir en esa dirección, añadiéndole la sutil comicidad de algunos aspectos cotidianos. La ética (o la falta de ésta) de algunos personajes puede redundar en dicho humor negro. Un ejemplo de ello son las discusiones que tiene Jesús, el empleado del Tanatorio, con su mujer e hijos. Si le censuran su conducta, no es por una cuestión ética, si no por miedo a que lo pillen (como finalmente acabará ocurriendo) y así perder con ello el ritmo de vida de nuevos ricos en que están montados. El roquero tronado y con múltiples adicciones que quiere meterse a empresario de muebles, la empleada de la Funeraria que siente que su amante (metido en el fraude) la engaña con su propia esposa y decide destapar el pastel, o la candidez que nos producen los dos policías al inventar teorías inverosímiles para desenmarañar lo que tienen delante de las narices pero que son incapaces de comprender… Todo este mosaico humano ayuda en gran medida a ese humor cáustico en el que se basa el guión.

Pero no sólo son los personajes quienes conforman el tono de la historia; también contribuye a ello la mirada que podamos arrojar sobre los hechos y el orden en que éstos se suceden. Un ejemplo de ello lo encontramos justo al final del primer tercio de la historia: El protagonista entierra el cuerpo de su “delito” en un bosque en plena noche. Vemos, desde el punto de vista del cadáver, en plano subjetivo, al protagonista echando paladas de tierra sobre nosotros hasta que toda la pantalla queda en negro unos instantes. Pero lo siguiente que veremos es un primer plano de un dibujo del hijo de Yolanda, que esta tiene en su despacho de la Comisaría. Este es un ejemplo del tono que debe tener CENIZAS. No se trata de poner el dedo en la llaga sobre unos hechos luctuosos, ni siquiera -o no sólo- de hacer un retrato de la sinrazón. A fin de cuentas, por muy espantosas que sean algunas cosas de este mundo, la vida es maravillosa.